Tengo pánico.
Otra vez, a que se haga de noche, a que se vaya la luz y vuelva lo irracional. Miedo por si la luz de la razón deja de alumbrarme y la distorsión se cuela entre las sombras, en sigilo, y me pilla sin gafas y sin posibilidad de defenderme. Como siempre. Y que entonces me empiece a doler la cabeza, empiece a funcionar la apisonadora que se esconde entre los pliegues de mi cerebro y apure allí los últimos litros de gasolina que le quedan, haciendo humo, derrapando, quemando rueda.
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idas de olla.