Hay una poesía magnífica y sonora;
una poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la
lengua, que se mueve con una cadenciosa majestad, habla a la imaginación, completa sus
cuadros y la conduce a su antojo por un sendero desconocido, seduciéndola con su armonía
y su hermosura.
Hay otra natural, breve, seca, que
brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y
huye, y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una
que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía.
La primera tiene un valor dado: es
la poesía de todo el mundo.
La segunda carece de medida
absoluta, adquiere las proporciones de la imaginación que impresiona: puede llamarse la
poesía de los poetas.
La primera es una melodía que nace,
se desarrolla, acaba y se desvanece.
La segunda es un acorde que se
arranca de un arpa, y se quedan las cuerdas vibrando con un zumbido armonioso.
Cuando se concluye aquélla, se
dobla la hoja con una suave sonrisa de satisfacción.
Cuando se acaba ésta, se inclina la
frente cargada de pensamientos sin nombre.
La una es el fruto divino de la
unión del arte y de la fantasía.
La otra es la centella inflamada que
brota al choque del sentimiento y la pasión.
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idas de olla.