1.4.13

Envidio muchísimo a Santa Teresa de Jesús. Esta mujer, poeta, era capaz de tener una fe ciega de Dios, estra enamorada de Él, y con un lenguaje muy simple y crudo, pero a la vez sobrecogedor era capaz de reunirse con Él, hablarle, sentirle, estar a su lado. Se vé como, a partir de una enfermedad, cambia su concepto de la vida, teniendo incluso ganas de morir para reunirse con Dios, para poder tenerle cerca de una vez. Anhela el final, y no tiene miedo a la muerte. Sobrelleva su rutina, sus angustias y su vida dura con pasión, pasión que tiene hace alguien invisible, hacia alguien que no podrá tocar, pero que sin embargo le ofrece el amor más ideal que nadie le dará. Tenía confianza ciega en Él, le amaba como a nadie, de forma eterna, incondicional y pura, amor de los que no existen. Le amaba hasta el extemo, hasta la muerte. Rezar se le quedaba corto, buscaba formas y formas de éxtasis, formas de acercarse a Él, formas de verle o oirle, en ocasiones se dice que siguiendo las vías de oración llegó a elevarse un metro sobre el suelo y hablar con Dios.
Y finalmente murió, dice que atravesada por una espada dorada en manos de un ángel, y por fin pudo reunirse con su amado.
Y por esto la envidio. No desde el sentido religioso, que también, sino por la entrega. Porque no creo que ninguno de nosotros, por mucho que querramos a alguien o por mucho amor que demostremos seamos capaces de tanto. Hay muchas pasiones, no tienen por qué llegar hasta el extremo, pero se puede amar así. Sin embargo nunca lo he visto, no he visto un amor de estas dimensiones, ninguna poesía ni ningún poeta que estén tan enamorados, aunque no se exprese de forma directa o soez, el amor de Santa Teresa es superior a cualquiera, incluso al del mismísimo Bécquer.
Tal vez sea por ser Dios, o por ser ella una loca, pero ojalá pueda sentir yo algo parecido.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

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idas de olla.