30.11.12

Costero.

Tengo la suerte de ser familia numerosa y tener dos hermanos increibles. Soy la pequeña y la única chica, y siempre he creido que eso tiene muchas desventajas y siempre he soñado con tener una hermana con la que compartir cosas nuestra ropa, con la que hablar de chicos, una hermana pequeña a la que enseñar a maquillarse, a la que ayudar con sus primeros problemas...
Pero me paro a reflexionar y pienso, ¿para qué la quiero teniendo a estos dos hermanos a mi lado? 
Que sí, que también me peleo con ellos, pero me protegen, me acompañan donde necesite, me cuidan por las noches, me encubren cuando la he cagado, me ayudan con cualquier cosa, me llaman tonta para que espabile, me dicen la verdad a la cara de forma dura para que me dé cuenta de lo que estoy haciendo mal, me enseñan con su ejemplo, me aconsejan con su experiencia...
Y, queridos amigos, esto es una felicidad increible porque sé que esta relación para siempre. Los amigos vienen y van, aparecen y desaparecen, tan pronto están a tu lado como dándote la espalda. Pero, ¿los hermanos? No, no hacen eso. El vínculo es muy fuerte. La sangre nos relaciona. Y me siento orgullosa de llevar sus genes en mi. Y me sentiré orgullosa cuando mis hijos tengan genes comunes que les hagan parecerse a ellos. 
Porque aunque seamos diferentes, estamos unidos. 
Y sé que cuando nuestros padres no estén seré yo quien les saque las castañas del fuego y quien tenga que prepararles la comida y hacer de ama de casa, pero sé que seguiremos juntos y nada va hacerlo cambiar. 
Les quiero más que a nada en el mundo.
Gracias por estar ahí.

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idas de olla.