17.7.12

¡Yo había pisoteado todo con mis pies! Si ahora hubieran aparecido unos esbirros y me hubieran agarrado y conducido al patíbulo, por descastado y sacrílego, habría estado de acuerdo, les hubiera seguido con gusto y me hubiera parecido justo y bien.
Así era yo en el fondo. ¡Yo, que despreciaba a todo el mundo! ¡Yo, que sentía el orgullo de la inteligencia y compartía los pensamientos de Demián! Así era yo: una infame basura, borracho y sucio, asqueroso y grosero, una bestia salvaje dominada por horribles istintos. Este era yo, el que venía de los jardines donde todo es pureza, luz y suave delicadeza, el que había disfrutado con la música de Bach y los bellos poemas. Aún me parecía escuchar con asco y con indignación mi propia risa. Un risa borracha, descontrolada, que brotaba estúpidamente a borbotones. Así era yo.
A pesar de todo, constituia casi un placer sufrir en estos tormentos. Había vegetado tanto tiempo, ciego e insensible, y mi corazón había callado tanto tiempo, empobrecido y arrinconado, que esta autoacusación, este horror, todo este sufrimiento espantoso del alma, eran un alivio. Eran al menos sentimientos, sentimientos ardientes en los que latía un corazón. Desconcertado, sentí en medio de la miseria algo así como una liberación y una nueva primavera.

Demian. (Herman Hesse)

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idas de olla.