28.3.11

Camino a Klägenfurt.-


En el centro de nuestras vidas hubo un verano. Un poeta que no escribió ningún verso, una piscina desde cuyo trampolin saltaba un enano con ojos de terciopelo y un hombre al que una noche se llevaron las nubes. Los días cayeron sobre nosotros como árboles cansados. Ésta es la hisotria de Julia Costero y su dolor de cabeza. Y también es la historia de mucha otra gente, de la señorita Marisol, de Daniel Frontón, de Julia Aplacebada, de Julia Monja y aquel coche de color fresa y nata que conducía mientras su padre agonizaba. Y también es mi propia historia.
Al recordar aque tiempo voy resucitando una parte de mi misma.
Como una vieja paisajista que al pintar los ríos, las hojas de los árboles y el azul de las montañas que tiene frente a ella estuviese dibujando el contorno de sus ojos, el trazo sinuoso que el tiempo ha dejado en las cicatrices de su piel. Su autorretrato.
No sé que fotografías de todas las que nos han echo a lo largo de la vida sería la que acabaría por definirnos. La que por encima del tiempo diría quienes hemos sido verdaderamente.
Pero si sé que el verano que ocurrió la hisotria de Julia Costero y su dolor de cabeza es la foto que define lo que fue el germen, la verdadera esencia de mis vidas.

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