"Porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños."
16.10.12
Siempre me ha gustado el metro.
El frío
se condensa en el vagón. Gente, mucha gente. Llena de indiferencia.
Miles de ojos y de manos, de labios inexpresivos y miradas
entrecortadas que temen cruzarse. Entre todos ellos, yo. Perdida en mi
música, como si el mundo se redujese a aquello y no importara nada más.
Sol, mi, mi, re, do. La mente se me inunda de melodías y canciones y,
con cada una de ellas, un recuerdo. Una sonrisa, una lágrima, un vacío.
Dolor, impotencia. Miedo, sobretodo miedo. Recuerdo como solía caminar
por las calles con la única compañía de unos auriculares. Marcaba el
ritmo con mis pasos y, respiraba. Un suspiro se volvía lágrima. Había
días en los que creía encontrarme en un mundo distinto y deshabitado.
Era, en realidad, lo que más deseaba. Un poquito de calma y de paz. Ni
los niños correteando por las calles, ni el asfixiante ruido del motor
de un coche, ni los gritos de una madre preocupada llamando a su hijo.
Sólo aire y música. Y yo, por supuesto. Aunque a veces me perdiera entre
notas, sabía que era más real que nunca. Una brisa gélida me recorre
la nuca, nueva estación. Caigo de nuevo en aquel vagón y todas aquellas
personas que siguen hablando y riendo. Me vuelvo a sentir sola, pero
en el reproductor no ha parado de sonar mi canción favorita así que me
concentro e intento volver al mundo al que pertenezco, ese al que
parece que solo acuda yo. Se cierran las compuertas y el frío choca
contra el cristal intentando colarse por las pequeñas rendijas. Más
gente, genial. Parece que el viaje va a durar eternamente y me voy a
quedar atrapada en este mundo de locos para siempre. La sociedad se
comprime en este pasaje del metro, tanta banalidad junta me abruma.
Diferente, eso suelen decirme. No saben que en realidad es para mí como
un cumplido porque, sinceramente, nunca he querido ser como ellos.
¿Qué hay de malo en sentir de manera distinta y más fuerte? Pido
demasiado, lo sé, pero me pregunto qué pasaría sí se detuviesen un
maldito segundo y se volvieran para mirarme. Porque aquí no existo, en
el metro soy una persona más. Como en el mundo, supongo. No les importa
donde voy, ni en que estación pararé. Sólo les interesa el espacio que
ocupo, que les quite el sitio o que les robe oxígeno (que todo hay que
decirlo, aquí es bastante difícil de inhalar). Pues permitidme deciros
que voy a sentar mi queridísimo y común trasero en uno de vuestros
deseados asientos, voy a respirar tan fuerte que parecerá que estoy en
pleno ataque de ansiedad y no quedará para vosotros más que asfixia.
¿Me veréis entonces? No. Pero tranquilos. No os alarméis, porque
sencillamente, no lo haré. Sólo quería sentirme por un minuto como
vosotros y darme cuenta, de nuevo, que no es eso en lo que quiero
convertirme. Eso, ¿os dais cuenta? No soy capaz ni de daros nombre y
definiros. Aunque me vienen a la cabeza algunos adjetivos que os son
afines, no los nombraré aquí porque podría dañar vuestra tan preciada
sensibilidad. Os aliviaré remarcando que, por el contrario, soy de las
personas que prefiere pasar desapercibida en cualquier rincón y hacerme
invisible para vosotros. Observaros en la distancia y reírme de
vuestra evidente estupidez. Sois tan simples y predecibles, sois
chistes andantes, en definitiva. Sí, chistes andantes os queda bien.
Apuesto lo que sea a que os levantáis de la misma manera todas las
mañanas, otro día. Un lunes, ¡puf! A ver cuando llega el fin de semana
para convertir mis venas en ríos de alcohol y pasar un buen rato, ¿no?
Como decía, absurdamente simples y previsibles. Yo, por el contrario,
me despierto cada mañana con el sol quemándome las pestañas. ¿Y sabéis
que hago? Pensar en que se trata de otro día, una nueva oportunidad
para acercarme a aquello en lo que quiero convertirme. Otro día para
demostrarme a mí misma quien soy. No os equivoquéis, sois vosotros los
que robáis oxígeno y os sentáis en asientos que no os pertenecen.
Vosotros ocupáis espacio mientras otros, aquellos a los que señaláis y
llamáis diferentes (en los que, obviamente, me incluyo), lo aprovechan.
Reír, seguir riendo. Malgastar vuestras ya inservibles vidas, coger
cada día y convertirlo en rutina. Sé lo que os pasará cuando os deis
cuenta de cuan equivocados habéis estado siempre. Os dolerá cada gota
de oxígeno que entre en vuestros pulmones, porque se habrán
acostumbrado ya a vivir rodeados de gente que cuanto más respiran y
cuanto más aire arrebatan, mejor se sienten. Y mientras vosotros os
ahogáis, nosotros estaremos observándoos desde la estación. Con el frío
pegado a los talones, sí, pero con un sentimiento que jamás podréis
experimentar vosotros. Estaremos conviviendo con una constante brisa que
se colará entre nuestros cabellos y los volverá salvajes. Y sí,
personalmente me gusta llamar a esa curiosa y juguetona brisa por su
nombre. Julia.
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Amo esta entrada, simplemente es perfecta... Me alegra ver que hay gente que todavía es capaz de pensar de la forma que todos consideran "rara".
ResponderEliminarEspero que eso no cambie :)